miércoles, 10 de octubre de 2012

Matrimonio y comunión en países empobrecidos


Por Ángel Arnaiz Quintana, OP
¿Cómo puede un presbítero negar la comunión a un enfermo grave de cáncer porque no haya realizado el rito del matrimonio de la Iglesia, siendo así que es un padre ejemplar y un esposo admirable?
¿Cómo se puede negar el pan de vida a miles, millones, de campesinos del continente latinoamericano y de todo el mundo porque no tienen ese rito eclesiástico en su haber, siendo así que son padres y madres de familia que aman a sus hijos e hijas y se sacrifican por ellos, y como pareja son maravillosamente humanos?
¿Por qué se condena a parejas de emigrantes a que no se puedan casar con ceremonia eclesiástica porque no tengan sus papeles de bautismo en regla a causa de una guerra infernal, de hace años ya?
¿No puede una doctora, médico, comulgar el cuerpo sacramentado de Jesús cuando cumple llena de amor su trabajo con enfermos y es fiel en su matrimonio, aunque no se haya casado por la iglesia con el rito oficial por los motivos más diversos que pueda haber?
¿Dónde está el amor compasivo que Jesús proclamó como supremo mandamiento cristiano: "Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo"? ¿Dónde aparece el clamor de los profetas: conocimiento vivo, experimental, de Dios quiero, y no sacrificios (ritos litúrgicos hoy), misericordia en vez de holocaustos (leyes vacías de contenido humano)? ¿Dónde las bienaventuranzas?
¿Cómo no van a vaciarse las iglesias católicas en el mundo rural de todos los continentes si son considerados pecadores, o al menos, indignos de acercarse a Jesús? ¿Pero no fueron ellos los preferidos de Jesús de Nazaret? ¿No se dirigen a ellos antes que a cualesquiera otros las bienaventuranzas? ¿No se rodeó Jesús de pescadores y gentes que no se habían casado ni siquiera por lo civil, que diríamos hoy? ¿No nos explicó el Apóstol que para ser libres nos libertó Cristo?
Humillación tras humillación: una vida matrimonial, familiar, tan maravillosa en valores humanos y cristianos -no se desconocen los limitantes también de esta vida, claro- , no es digna de recibir el sacramento del amor de Jesús.
No importa que haya un amor entregado, generoso, un amor fiel, sin otras relaciones, un amor permanente, vivido para toda la vida aquí en la tierra, esto es, las características del amor cristiano verdadero.
Así les han tenido durante siglos, colonizados, humillados, marginados, y así se mantienen en lo más profundo quienes quieren ser fieles de la Iglesia.
Es más importante llenar una iglesia de flores, de músicos, de alfombras, de vestidos, de palabras, aunque la consistencia de ese amor ni se conozca. Vale más el rito que la vida probada de cada día. No nos extrañemos de que las buenas gentes sean absorbidas por grupos religiosos que les hablan en directo a ellos y les reciben sin tantas trabas. La iglesia católica va a quedarse vacía de pobres a este paso, los preferidos de Jesús.
Les hablo desde esta Centroamérica crucificada, desde un paisito pequeño, El Salvador, pero es un clamor de todo un continente. No sean sordos a su voz.

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