domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (15)

 
15.TODO EL PROBLEMA DE LA EVANGELIZACIÓN: EL AMOR
Todo el problema de la evangelización del mundo, es el de la fe en un Amor. ¿Cómo inculcársela a los hombres? Aquí es donde tu caridad ardiente y desbordante tiene que hacer mi Amor patente, evidente para los hombres. Sí, todo el problema se reduce a esto: incrementar el amor en el corazón de los hombres que viven actualmente sobre la tierra. Ahora bien el amor hay que sacarlo de su fuente, de mí. Tiene que ser aspirado por una vida de oración y expresado por una vida de acción, es decir, de testimonio que le permita pasar y ser transmitido por “contagio”
Se trata de “caridadizar” a los hombres del mundo entero para purificarlos de su animalidad agresiva muchas veces, egocéntrica siempre, y espiritualizarlos de tal manera que vayan progresando en la participación de mi naturaleza divina.
Tienen que optar libremente por el amor, de preferencia al odio, a la violencia, a la voluntad de poder, al instinto de dominación. Este crecimiento en el amor es rectilíneo; pasa por recodos y hasta sufre retrocesos. Lo esencial es que, con mi ayuda que nunca falta, reanude siempre su marcha hacia adelante.
El amor se purificará por el desprendimiento del dinero y la renuncia a sí mismo. Se desarrollará en la medida en que el hombre piense en los demás antes de pensar en sí, en que viva para los demás antes de vivir para sí, en que humildemente comparta las preocupaciones, las penas, los sufrimientos y hasta las alegrías de los demás; y asimismo en la medida en que tenga conciencia de necesitar de los demás y que acepte recibir tanto como dar.
Soy YO la salvación; soy YO la vida; soy YO la luz. Nada es imposible cuando los invitados a sacar del tesoro que soy yo, lo hacen por amor y sin vacilación.
Por amor, porque el amor es el vestido nupcial. Sin vacilación, porque quien teme cuando yo le llamo, se hunde y se va a pique. Cuando alguien es mi invitado, cuando alguien es de mi casa, tiene que ver con amplitud, querer desmesuradamente, dar con magnanimidad a cuanto no lo rehúsen deliberadamente.
Muy pocos lo comprenden. Tú, por lo menos, compréndelo y hazlo comprender. No se trata en realidad de una comprensión intelectual sino de una experiencia personal. Sólo los que tienen la experiencia vivida de mi amor para con ellos pueden encontrar los acentos que persuaden y enardecen; sin embargo, la experiencia se olvida rápidamente y se amortigua por la bagatela si no es frecuentemente renovada, rejuvenecida, por reiterados abrazos interiores.
Ser misionero, no es ante todo activarse a mi servicio; es primero poner por obra la eficacia concreta de mi presencia redentora. Tú no ves en absoluto, mientras estás en la tierra, el resultado de esta oblación misionera. Es para fomentar la humildad imprescindible del verdadero apóstol y asimismo porque en la fe desnuda es donde se ejerce esta acción en profundidad –más puedes creerlo, así es como se operan en lo íntimo de los corazones las revoluciones de mi gracia, las conversiones inesperadas, y así como se alcanzan para los trabajos apostólicos las bendiciones que los hacen fecundos.
Uno es el que siembra, otro el que cosecha. Sucederá que uno coseche con alegría lo que otros hayan sembrado con lágrimas, pero lo esencial es unirse a mí que soy el eterno sembrador y el divino cosechador, y nunca atribuirse el bien que yo hago hacer. En realidad, vosotros, todos, sois responsables colegialmente de la evangelización del mundo y vuestra recompensa, proporcionada a vuestra valentía y a vuestra fidelidad en la unión y en el amor, será tal que vuestro júbilo excederá todas vuestras esperanzas.
Lo importante es, en todos los ambientes, en todos los países, tanto entre los laicos como entre los sacerdotes, la multiplicación de almas rectas y sencillas que investiguen mi pensamiento y mis deseos y que se esmeren por realizarlos en toda su vida para manifestarme así, sin ruido, a sus semejantes y atraer hacia mí a todos los que se encuentren con ellos. Ese es el verdadero apostolado en el desprendimiento de sí mismo al servicio de los problemas ajenos.
¿Quién mejor que yo podría no sólo dar con su solución, sino proporcionar su realización?
Amarse, no es tan sólo mirarse el uno al otro; es mirar juntos hacia adelante y juntos consagrarse a los demás.
¿El desvelarse por los demás no es uno de los fundamentos prácticos de esta comunión entre dos seres que se aman? ¿No es él el que tasa la intensidad de esta comunión y garantiza su perennidad? Háblame a menudo de los demás con mucho amor y deseo. Piensa de vez en cuando en la sed que yo tengo de ellos y en la necesidad que ellos tienen de mí. Pertinentemente sabes tú que por ti soy yo mismo el que continúa trabajando y ofreciéndose en su favor.
Hazte cargo de mis intereses. Esto quiere decir: trabaja por la oración, por la acción, por la palabra, por la pluma, por todos los medios de peso que yo he puesto en tus manos, para hacer reinar mi caridad en los corazones. Eso es lo esencial. Si mi caridad sale victoriosa, yo crezco en el mundo.
La única historia que cuenta en definitiva es una serie de opciones en pro o en contra del amor.
Cualquiera que sea el movimiento de las ideas, el progreso de la técnica, el “aggiornamento” de la teología o de la pastoral, lo que más necesita el mundo – aún más que ingenieros o biólogos o teólogos – son hombres que por su vida hagan pensar en mí y me revelen a los demás; hombres tan impregnados de mi presencia que me granjeen sus hermanos y me permitan remitirles a mi Padre.
Son raros los que piensan en mí con un mínimo de amor. Para tantos hombres yo soy el Desconocido y hasta el “Incognoscible”. Para algunos, nunca he existido y ni siquiera soy problema. Para otros, yo soy alguien a quien se teme y se reverencia por miedo.
Yo no soy un señor austero, ni un deshacedor de entuertos, ni un contable escrupuloso de yerros y de culpas. Conozco mejor que vosotros todas las circunstancias atenuantes que disminuyen en muchos la culpabilidad real. Yo considero a cada uno más por lo bueno que hay en él que por sus defectos. Detecto en cada uno sus aspiraciones profundas hacia el bien y, por lo tanto, inconscientemente, hacia mí. Yo soy la misericordia, el Padre del hijo pródigo, dispuesto siempre a perdonar. Las categorías de la teología moral no son mi criterio, sobretodo cuando son objeto de una aplicación geométrica.
Yo soy un Dios de buena voluntad que abre sus brazos y su corazón a los hombres de buena voluntad para poder purificarlos, iluminarlos, abrasarlos, asumiéndoles en mi ímpetu hacia el Padre que es también su Padre.
Yo soy un Dios de amistad que desea la felicidad de todos, la paz de todos, la salvación de todos y que acecha el momento en que mi mensaje de amor pueda ser acogido favorablemente.
Obra como miembro mío. Considérate como alguien que no goza de una existencia independiente sino que tiene que hacer todas las cosas subordinado a mí. Sé cada día más consciente de que no eres nada por ti mismo, de que, solo, ni puedes ni vales nada – sin embargo ¡qué fecundidad cuando me aceptas como Maestro de obras y como principio de acción!
Obra asimismo como miembro de los demás, porque en mí están todos los demás y por mí los encuentras en una actualidad apremiante. Tu caridad, iluminada por la fe, tiene que pensar en ellos con frecuencia, recapitular su desamparo, su miseria, asumir sus aspiraciones profundas, valorar todas las semillas de bondad que mi padre ha depositado en el fondo de su corazón. ¡Hay tantos hombres que son mejores de lo que parecen y que podrían progresar aún más en el conocimiento de mi amor, si de él fuesen testigos vivos los sacerdotes y los cristianos!
Pide cada mañana a Nuestra Señora, en tu meditación, que te asigne un elegido del cielo, un alma del purgatorio, uno de tus hermanos, un hombre aún sobre la tierra, para que puedas vivir ese día en unión con ellos: con el Bienaventurado ad honorem, con el alma del purgatorio ad auxilium, con tu hermano de la tierra ad salutem.
Por su parte, ellos te ayudarán también a vivir más en el amor. Obra en su nombre; ora en su nombre; desea en su nombre; sufre, si es preciso, en su nombre; ama en su nombre.
Yo quiero mantener mi fuego en ti, no para que seas el único que ardas, sino para que contribuyas a propagar en lo íntimo de los corazones la llama de mi amor.
¿Para que servirían tus contactos con los hombres si perdieses el contacto conmigo? Si yo te pido que estreches tus lazos con la fuente es por ellos. Por una especie de mimetismo espiritual, cuanto más seas un contemplativo, más te parecerás a mí y mejor me permitirás irradiarme por ti. En el mundo actual, presa de tantas corrientes contrarias, lo que mejor puede ayudarle a estabilizarse en la serenidad, es la multiplicación de almas contemplativas que aceleren su asunción por mí. Sólo los contemplativos son verdaderos misioneros y pueden ser auténticos educadores espirituales.
Desea ardientemente ser un emisor de alta fidelidad. La fidelidad de tu vida es la que asegura la fidelidad de mi Palabra y la autenticidad de mi voz a través de la tuya.
Querido hijo mío, no olvides esta frase que antaño pronuncié pensando en ti y en cada uno de los hombres repartidos a través del mundo como a través de los siglos: “quien me ama será amado de mi Padre, Yo le amaré y me manifestaré a él… Si alguno me amare guardará mi palabra y mi Padre le amará y a él vendremos y en él mansión haremos”. ( Juan 14, 21-23)
¡Trata de comprender lo que es llegar a ser morada de Dios, del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de Dios que te invade, te posee y te introduce paulatinamente en la corriente de luz, de alegría y de amor que le constituye!
¿Comprendes hasta dónde puede llegar en tu espíritu, en tu corazón, en tu vida, la manifestación de Dios que se revelará en ti y a través de ti en tus palabras, en tus escritos y en tus gestos más ordinarios?
Así es como puedes llegar a ser mi testigo y atraer a mí a cuantos encuentres.
Así es como tu vida llega a ser verdaderamente fecunda, en lo invisible, por de pronto, pero asimismo en la realidad profunda de la comunión de los Santos.
En esta víspera de Pentecostés, emplaza con frecuencia la suave, ardiente y amorosa llama del Espíritu Santo por quien nuestra caridad divina aspira a difundirse en el corazón de todos los hombres.
Repíteme y pruébame por tus opciones a veces sacrificantes que me quieres más que a ti mismo.
Que la vehemencia abrasada de  mi amor empape totalmente tu alma y la torne extranjera a todo lo que no soy yo o no es para mí.

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