miércoles, 19 de octubre de 2011

Jesús ante su propia muerte

José Antonio Pagola

Jesucristo: Catequesis Cristológicas (C.2)
    
     Jesús ha visto venir su muerte y la ha afrontado con lucidez. No la ha eludido. No ha emprendido la huida. No se ha defendido. No ha organizado una resistencia. No ha modificado su mensaje. No ha querido deshacer los posibles malentendidos. Jesús ha temblado ante su ejecución, pero se ha mantenido hasta el final fiel al Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión.

     Por eso en la cruz podemos descubrir con más hondura algunos rasgos fundamentales de Jesús.

     Ahora podemos conocer mejor la profundidad de la confianza de Jesús en el Padre. Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como un falso profeta equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la Ley, Jesús grita con fe: “Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 22, 46).

     Ahora podemos descubrir mejor la radicalidad de Jesús y su libertad total para entregarse al servicio del Reino de Dios, Jesús es libre no solo para enfrentarse a los que se oponen a su misión, sino incluso, para entregar generosamente lo que más quiere todo hombre: su propia vida.

     Ahora podemos comprender mejor la solidaridad de Jesús con los hombres y su actitud de servicio. Jesús ha entendido su muerte como el servicio último y supremo que él podía hacer a la causa de Dios y a la salvación de los hombres.

     Ahora podemos entender mejor la fuerza con que Jesús denunciaba el odio, el egoísmo, la injusticia, la mentira humana y su fe total en que solo el amor puede conducir a los hombres a su liberación definitiva. Abandonado por todos, Jesús muere creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón para los hombres: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). 




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