martes, 23 de agosto de 2011

Mi Cristo, tú no tienes la lóbrega mirada de la muerte

Mi Cristo, tú no tienes
la lóbrega mirada de la muerte.
Tus ojos no se cierran:
son agua limpia donde puedo verme.

Mi Cristo, tú no puedes

cicatrizar la llaga del costado:
un corazón tras ella
noches y días me estará esperando.

Mi Cristo, tú conoces

la intimidad oculta de mi vida.
Tú sabes mis secretos:
te los voy confesando día a día.

Mi Cristo, tú aleteas

con los brazos unidos al madero.
¡Oh valor que convida
a levantarse puro sobre el suelo!

Mi Cristo, tú sonríes

cuando te hieren, sordas, las espinas.
Si mi cabeza hierve,
haz, Señor, que te mire y te sonría.

Mi Cristo, tú que esperas

mi último beso darte ante la tumba.
También mi joven beso
descansa en ti de la incesante lucha.

 

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