lunes, 29 de agosto de 2011

La vocación personal II

II.- LA VOCACIÓN PERSONAL

     Un tema fundamental que atraviesa de parte a parte la Biblia es el ser "llamado por su nombre”. No es éste el lugar de acumular los numerosos textos bíblicos, pletóricos de significado. que tratan de este tema. Se trata de lo siguiente: para Dios, yo no soy uno de tantos, no un número de serie ni una tarjeta catalogada; soy irrepetiblemente único, porque Dios “me llama por mi nombre”. Puedo ciertamente definir esta realidad como "identidad personal", "orientación personal en la vida", o mi "yo" más íntimo y verdadero. Yo prefiero usar la terminología bíblica y llamarla "vocación personal". Hartas veces hemos restringido la palabra "vocación" a las vocaciones sacerdotales y religiosas; quizá a regañadientes empezamos ya a hablar cada vez más de la vocación matrimonial y laica. La Biblia llama "vocación" a toda llamada de Dios a cualquier orientación o misión específica en la vida.

     Como mejor puedo ilustrar cl significado de "Vocación Personal” es seguramente contando uno de los muchos incidentes que me han ocurrido.

     Hace años vino a yerme un jesuita de edad mediana, ya fallecido. Era un amigo mío. así que empezó a hablarme de su vida personal con toda espontaneidad. Me dijo que hacía anos que no hacía oración, y que las raras veces que se ponía a hacerla, en realidad no oraba. Estaba presente física y materialmente, pero nada más. Según me hablaba, tuve la impresión de que estaba como obsesionado por esta supuesta negligencia suya en la oración. Y pensé que. si tenía que ayudarle, primero tenía que distanciarlo de su “negligencia en la oración" para darle perspectiva. Le dije como quien no da importancia a la cosa: "Dices que llevas mucho tiempo sin hacer oración. Pero dime: ¿no te has sentido alguna vez espontáneamente cerca de Dios, no porque realizases un esfuerzo mental, sino espontáneamente; no has sentido alguna vez el corazón levantado y tú mismo en contacto con Dios, en unión con Él?” Apenas había formulado mi pregunta cuando exclamó: "Claro que sí, siempre que echo una mirada a mi vida pasada y veo lo bueno que Dios ha sido para conmigo, me siento inmediatamente cerca de Dios, en contacto con Él, unido con Él". Viendo que se había animado y que me hablaba con el corazón en la mano, le interrumpí: "Tal y como hablas, sientes mucho la bondad de Dios. ¿No se te ha ocurrido orar sobre la bondad de Dios?". "Nunca", contestó, y sorprendido por mi pregunta. se puso a la defensiva y me espetó agresivamente: "Además, ¿cuánto tiempo piensas que podría orar sobre la bondad de Dios?", como dándome a entender que pronto se cansaría de hacerlo. Yo le había escuchado con todo cuidado y le dije suavemente: “Acabas de decirme que nunca lo habías probado; ¿qué tal si haces una prueba antes de pronunciar sentencia?" "Muy bien", dijo, y se fue.

     Unas tres semanas más tarde irrumpió en mi cuarto y se puso a desembuchar sobre su gran descubrimiento: "Sabes, Herbie, ya puedo orar sobre la bondad de Dios, puedo orar siempre sobre la bondad de Dios". Debo hacer una confesión: supongo que yo había quedado un poco picado por su actitud agresiva hacía tres semanas y le dije con no poco cinismo: "Bueno, no han pasado más que tres semanas; si continuas un poco más, a lo mejor te cansas". Entonces, aquel jesuita que se había expresado con tanto entusiasmo sobre su gran descubrimiento de que podía orar siempre sobre la bondad de Dios, se desinfló a ojos vistas y se escabulló de mi cuarto. Comprendí al momento lo que había ocurrido y me dije: "Oh Dios, le he perdido por echármelas de listo con mi cinismo". Pero si yo no había sido bueno aquel día, Dios lo es siempre.

     Contra todas mis expectativas, aquel jesuita de edad mediana volvió a verme, no después de tres semanas sino de cuatro meses y medio largos. Esta vez no "irrumpió" en mi habitación; entró casi de puntillas y me aseguró hablando muy bajito: "De veras, Herbie, puedo orar siempre sobre la bondad dc Dios". Para ahora debí de aprender la lección; le invité a sentarse. El comenzó a confiárseme con una sinceridad conmovedora sobre todo lo que la bondad de Dios había llegado a suponer para él: no ya el secreto de su oración, sino también el secreto de su apostolado, de sus relaciones dentro y fuera de su comunidad jesuita, incluso de su descanso y su recreo. Cuando terminó, yo estaba tan conmovido que le dije con toda espontaneidad: "Mi querido amigo, has encontrado tu Vocación Personal; la bondad de Dios".

     Este incidente me va a permitir ahora desarrollar a distintos niveles lo que es la "Vocación Personal", una realidad tan rica y fecunda que no es posible abarcarla toda entera de una mirada. Tenemos que abordarla desde distintos ángulos y a diferentes niveles.


1.- La vocación personal: secreto de unidad e integración en medio de la vida.

     Todos deseamos unidad e integración. pero especialmente los que nos dedicamos al apostolado activo. La aspiración más profunda que me llega de los apóstoles activos en mi labor como director espiritual es a la unidad y la integración: "Tengo tantas cosas que hacer a lo largo del día, esto, aquello y lo de más allá, que acabo la jornada deshecho, desparramado, disperso. Ojalá pudiera hacer una sola cosa en profundidad”. ¿No es verdad que cuanto más avanzamos en perfección y madurez, tanto más sencillos nos hacemos, pero no con una sencillez de empobrecimiento, sino de plenitud?.

     De hecho, podríamos hacer una sola cosa, como el jesuita de mi historia. El secreto de su oración era “la bondad de Dios”, porque la oración no es algo que nosotros damos a Dios (no hay nada que podamos darle): es más bien un abrirle el corazón para que Él se nos pueda dar. ¿Y dónde se abre más nuestro corazón sino en las profundidades de nuestro más íntimo ser donde nos sentimos más hondamente tocados, allí donde verdaderamente somos nosotros mismos, en ese último rincón donde cada uno es único? El secreto del apostolado de aquel jesuita, de sus relaciones, de su descanso y su recreo era también "la bondad de Dios", porque en todo esto, como decía él, no tenía que hacer más que ser "el Dios bueno" para los demás. La "bondad de Dios" había llenado de tal forma su corazón y su ser que se sentía obligado a convertirse en el canal dc la bondad de Dios para con los demás, tanto en su apostolado como en todo lo demás. Su “vocación personal”, la bondad de Dios, había llegado a ser el secreto de unidad e integración dentro de su vida.

     Alguno podría preguntar cómo "la bondad de Dios", siendo una cosa tan general, puede ser algo irrepetiblemente único. Abrid la Biblia y encontraréis “la bondad de Dios" cada dos páginas. Pero permítaseme apurar la imagen: si yo abro la Biblia y leo las palabras "bondad de Dios", veré dos palabras importantes, pero dos palabras importantes entre otras muchas palabras igual de importantes. En cambio, cuando nuestro jesuita, al abrir la Biblia, leía la frase "bondad de Dios", no veía en ellas dos palabras de igual importancia que las otras; esas dos palabras destacaban sobre las otras como llamaradas, palabras escritas con fuego: para él eran “espíritu y vida" (cf. Jn 6, 63).

     Hay además una profunda razón psicológica que nos ayuda a captar cómo una frase como "la bondad de Dios" puede hacerse irrepetiblemente única. Si alguna vez hemos intentado compartir una profunda experiencia personal con un íntimo amigo, sabemos por experiencia que llega un momento en que desistimos y decimos impotentes: “Lo siento, pero no puedo expresarte lo que realmente experimenté: si no me preguntas, lo sé; si me preguntas, no lo sé”. “Persona est ineffabilis, persona est incommunicabilis”: lo que es más personal es inefable, incomunicable. El conocimiento personal, lo que San Ignacio llama tan admirable y repetidamente “conocimiento interno”, no es un conocimiento conceptual; es un conocimiento del corazón. Sólo podemos reducir a palabras lo que podemos reducir a conceptos. Esta es la razón por que, al compartir una profunda experiencia personal, nos quedamos cortos y no podemos expresarla adecuadamente. ¿Sorprenderá ahora que cuando tratamos de formular lo que descubrimos como la singularidad que Dios nos ha conferido, a saber, nuestra experiencia personal más íntima, la formulemos con palabras inadecuadas, que suenan a generalidades, pero que a nosotros nos hablan, desde lo íntimo de nuestro ser, de nuestro “yo” más recóndito y verdadero, nuestra irrepetible singularidad?

     Mi propia experiencia al ayudar a otros a discernir y vivir su “vocación personal”, como también mi propio caso, lo prueban abundantemente. He aquí algunas “vocaciones personales” concretas de personas reales que muy amablemente me han autorizado a hacer uso de este conocimiento, siempre que lo crea oportuno: “Estoy contigo”, “amor paciente”, “amor que perdona”, “aceptación incondicional”, “permaneced en mi amor”, “simplemente regalo”, “solo Él puede siempre allí” (donde la palabra clave es “allí”, terriblemente personal para el interesado). Y tengo para mí que la vocación personal del Dios-Hombree, Jesús, estaba cifrada en esta sola palabra, “Abba”, que resumía toda su vida y misión: me lo está gritando en los evangelios, por ejemplo, Jn. 5-10 para recoger el único argumento que tiene Jesús en su controversia con los escribas y fariseos; Lc. 10, 21 para ver su reacción en una experiencia de consolación desbordante; Lc. 22, 39 y ss. Para su reacción en el abismo de la desolación, siempre es “Abba”. Todas las vocaciones personales citadas nos suenan a generalidades, incluso el “Abba” de Jesús. También nosotros decimos "Abba". porque Jesús ha compartido su "Abba" con nosotros. Pero para Jesús "Abba" significaba algo sumamente personal y único, muy diferente de lo que significa para nosotros; algo podemos barruntar en los evangelios de su irrepetible singularidad. Quiero decir que la formulación verbal de la “vocación personal” suena a generalidad a los que la leen u oyen,. Pero lo que dice a la persona cuya vocación expresa es algo irrepetiblemente único.

     Por lo mismo, no sería nada sorprendente que varias personas expresen su "vocación personal" -siempre inadecuadamente- con una misma fórmula, por ejemplo "Yo estoy contigo” . Pero lo que estas palabras quieren decir para cada una de estas personas es algo irrepetiblemente único. Es lo que mi experiencia dc dirección espiritual me ha enseñado: puedo palpar esa singularidad en la reacción total que produce en el interesado para su comportamiento en la vida.


2.- Vocación personal: significado único dado por Dios.

     Como año y medio después que recibí la gracia de discernir mi propia "vocación personal", leí por primera vez la obra "Man's Search for Meaning” de Victor Frankl. Conforme avanzaba en su lectura, los ojos se me iban abriendo más y más: todo lo que decía el autor encontraba una profunda resonancia dentro de mí, y yo me decía entusiasmada y repetidamente: “Creo que sé lo que dice este señor". En su libro, Frankl cuenta cómo llegó a descubrir su nueva escuela de psicoterapia -"Logoterapia"- cuando estuvo internado en el campo de concentración nazi de Auschwitz. Cuenta cómo, con su adiestrado ojo clínico, empezó a advertir que sus compañeros de prisión se estaban consumiendo y muriendo físicamente más que nada porque se consumían y morían psicológicamente: no encontraban sentido a la vida y se daban por vencidos. Como quien no quiere la cosa, hablando casualmente con ellos, Frankl empezó a recoger “significados” en las vidas de sus compañeros de prisión. Luego, con mucha naturalidad y sin que ellos cayeran en la cuenta, empezó a reinsertar estos mismos "significados" en la vida de los respectivos compañeros de prisión. Lo que siguió le llenó de asombro. Aquellos compañeros suyos -y el libro cita ejemplos concretos- hombres derrumbados que se habían rendido a su sino. revivieron de pronto y pudieron aguantar cualquier tortura, cualquier prueba, cualquier dificultad de la vida del campo. gracias al "significado" o "significados” reintroducidos en su vida y que ellos habían hecho suyos. Así es como Frankl descubrió su "Logoterapia", es decir, la curación ("terapia") por medio del significado ("logos"). La acepción primaria de la palabra "logos" es "significado"; la segunda, "palabra".

     Leyendo y releyendo el libro de Frankl, caí en la cuenta de que el autor hablaba de uno de tantos "significados" posibles en la vida de una persona y que se movía a nivel psicológico, mientras que yo me movía a nivel espiritual y hablaba, no de uno de tantos significados posibles dados por el hombre, sino del único significado conferido por Dios que tiene toda persona humana. Como estudiante de psicología y de espiritualidad, he mantenido siempre y crecido en la convicción de que no debe existir divorcio entre estas dos disciplinas, o mejor, estos dos mundos: ambos están íntima y orgánicamente relacionados, como lo están la naturaleza y la gracia. Yo lo expreso diciendo que la espiritualidad es el más alto o el más profundo nivel de la psicología, según se mire.

     Pero además existe una relación muy íntima entre los dos aspectos de la "vocación personal" que he venido ilustrando. La "vocación personal" es el secreto de unidad e integración de nuestra vida precisamente porque es el significado único dado por Dios. Nada unifica e integra la vida en profundidad como el "significado"; instintivamente dejamos a un lado lo que no lo tiene para retener, interiorizar y asimilar lo que lo tiene.

     Un ejemplo familiar lo aclarará. Cuando no sabíamos psicología, solíamos hablar de "resolver" los problemas de la gente. Si se me permite recurrir a una imagen. diría que echábamos mano de un par de tijeras, "recortábamos" el problema y lo tirábamos. Ya no hablamos así. Sé que no puedo desentenderme de mi historia real con solo desearlo; lo que ha sido un "problema" en mi vida seguirá siendo parte de mí mismo. Si deja de ser “problemático”, no es porque haya dejado de ser parte de mi vida. Deja de ser problemático, decimos –y fijémonos de paso en el lenguaje que usamos- porque ha “encontrado su puesto”, “tiene sentido”, “se ha integrado”. Era problemático cuando salía fuera como una arista: ahora está "pulido", "integrado" en mi vida.


3.- Vocación personal: perspectivas cristológicas.

     Objetivamente hablando, ninguna llamada viene de Dios a persona alguna si no es en la persona dc Cristo Jesús; y nadie responde a una llamada de Dios si no es en la persona de Cristo Jesús. Esta no es más que una manera de expresar la verdad fundamental bíblica de la única mediación de Cristo: "Sólo hay un Dios y un mediador entre Dios y los hombres. cl hombre Cristo Jesús" (1 Tim 2, 5).

     Por lo tanto, toda vocación está contenida en Cristo Jesús: la personalidad de Cristo Jesús es tan infinitamente rica que abraza todas las llamadas y todas las vocaciones. Si cada uno de nosotros tiene su "vocación personal", ésta debe estar contenida en Cristo Jesús. Esto quiere decir que la personalidad de Cristo tiene una faceta, un "rostro", que es propio de cada uno de nosotros, de forma que cada uno puede con toda verdad hablar de "mi Jesús", y no sólo "piadosamente" sino con un profundo sentido teológico y doctrinal.

     Esto es lo que la teología del bautismo cristiano señala muy significativamente. La frase neotestamentaria "ser bautizado en Cristo Jesús" (= baptiszein eis Christon Iesoun, e.gr. Rom 6:3) sugiere que cada uno de nosotros ha sido "sumergido en" (=baptizein) Cristo Jesús - sacramentalmente, desde luego. Inicialmente "se viste de" o "es vestido en" Cristo Jesús de una manera personal que es única. El Padre, que sólo tiene sus complacencias en Cristo, discierne el "rostro" de Jesús en cada uno de nosotros y dice: “Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco” (cf. Mc 1:11). El resto de nuestra vida cristiana -la tarea cristiana, por decirlo así- tiene por objeto ir poniendo este personalísimo Jesús a la medida de la madurez, porque el plan de Dios para cada uno de nosotros es que "nos conformemos a la imagen de su Hijo" (Rom 3, 29). que "lleguemos... al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13), no ya de forma genérica sino de una manera enteramente personal, única, peculiar.

     Entonces, la vocación personal, y es importante subrayarlo, no es un ideal personal abstracto; es una persona, la persona de Cristo Jesús, y ello de una forma profundamente única. Por tanto, puedo con toda verdad hablar de “mi Jesús” transformando así toda mi vida cristiana en lo que siempre se me enseñó que consistía, pero sin decirme cómo: una relación de amor entre Cristo Jesús y yo, siempre creciente y profundamente interpersonal, pero que no deja de abrirse a mis responsabilidades sociales y compromisos de testimonio y misión cristianos.

     Volviendo a mi relato del jesuita de mediana edad que vio que su vocación personal era “la bondad de Dios”: ¿quién era su Cristo Jesús? Pues el Buen Jesús de la parábola del Buen Samaritano, o el de la parábola del Buen Pastor, o el Jesús del que dice Hechos 10, 38, resumiendo toda su vida y misión, “pasó haciendo bien”.

     Ahora podemos comenzar a comprender por qué la vocación personal es el significado singularísimo dado por Dios a una persona. Para Dios no hay “significado” fuera de Cristo Jesús: Cristo Jesús es el “logos” del Padre, y la acepción primaria de “logos”, como ya hemos dicho, es “significado”. En un himno maravilloso de amplias perspectivas cósmicas, San Pablo proclama que todo ha sido creado en, por medio de y para Cristo Jesús; que todo ha sido recreado, renovado y reconciliado en, por medio de y para Cristo Jesús (Col 1:12-20). Cristo Jesús es el Alfa y Omega de toda la creación y de toda recreación; es el único "significado" que existe para el Padre.

     Y así, los tres enfoques que he empleado para entender la belleza y profundidad de la “vocación personal” están íntimamente relacionados y enlazados. Hemos visto que la "vocación personal" es el más profundo secreto de unidad e integración en nuestra vida precisamente porque es el único significado que Dios le ha dado; y es el único significado que Dios le ha dado precisamente porque es para cada uno de nosotros su Jesús personal. Para el Padre no existe significado fuera de Cristo Jesús.


4.- Consecuencias para entender la Vocación Personal.

     Por lo que llevo dicho resulta evidente que la “vocación personal” no está al mismo nivel que otras vocaciones jerárquicamente estructuradas. Sí tornamos como ejemplo un grupo de diez sacerdotes jesuitas, cada uno tendrá los siguientes cuatro niveles de vocación jerárquicamente estructurada: la vocación cristiana, la sacerdotal, la religiosa y la jesuita. La "vocación personal" de cada uno de ellos no sería un quinto nivel añadido a los otros cuatro, sino el espíritu que anima cada uno de los cuatro niveles de vocación jerárquicamente estructurada. En otras palabras, cada uno de estos diez sacerdotes jesuitas tiene su propia manera personal y única de ser cristiano, sacerdote, religioso y jesuita. Y si nos hacemos cargo de lo que tan consistente y vigorosamente enseña el Nuevo Testamento sobre la nota y carácter distintivos del "cristiano", a saber, el criterio típicamente "cristiano" de discernimiento, que es la donación y entrega de sí, o sea, la "cruz" en su sentido teológico y espiritual, entonces, cada uno de nosotros, sin excepción tiene su propia manera característica y única de darse y entregarse en toda experiencia humana. A ninguno de nosotros se le escaparán las consecuencias que esto tiene para una profunda transformación personal en la vida real. Volveré sobre ellas en el último capítulo de este librito.

     Tiene que quedar claro que la “vocación personal” no se mueve a nivel de hacer o de función, sino a nivel de ser. Es un trágico error que muchas personas interpreten la "vocación" en términos de mera función o mero hacer. El nivel de función o de hacer está condenado a entrar en crisis tarde o temprano, es propio de su misma naturaleza. Si cuando viene la crisis, no me quedan recursos a nivel de ser en que apoyarme, porque mi idea de "vocación" está toda ella resuelta en términos de mera función o mero hacer, mi crisis será total. Esta es frecuentemente la trágica historia de no pocas personas. Pero si al sobrevenir la crisis, puedo apoyarme en mis recursos a nivel de "ser" -posesión mía personalísima por mi "vocación personal"- no tengo por qué temer; puedo capear el temporal y sortear la crisis, más aún, "integrarla" gracias al "significado" personalísirno que puedo encontrar en medio de la crisis a nivel de "ser" Todo hacer fluye del ser.

     No estará fuera de lugar indicar aquí las consecuencias, de largo alcance para la espiritualidad apostólica, que se siguen de lo que acabo de exponer. No es ningún secreto que la "disponibilidad para la misión" es una de las notas distintivas de una auténtica espiritualidad apostólica. Si el "significado" de mi vida descansa en el nivel de "ser", que es mucho más pro fundo y radical que el del "hacer" en que funciono, entonces puedo encontrar un profundo "significado" en cualquier "misión" que reciba. Esto no excluye el diálogo con la autoridad competente sobre mis dotes, mi capacidad, mi experiencia, incluso de mis problemas de carácter y temperamento; en último término, después de un diálogo sincero estaré verdaderamente "disponible para la misión" según sean las necesidades de las situaciones y del mayor servicio apostólico.
 
   


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